El solo hecho de mencionar
ilusiones nos transporta a mundos, unos donde todo es fantástico y surreal, quizá
utópico y a veces tan verdadero que flotamos en las mentiras que nuestro
cerebro nos hace creer, otros donde sencillamente hay un caos ocasionado por la
exagerada forma de creer que lo que hacemos es suficiente para alcanzar los
estados máximos de felicidad a los que malacostumbramos a nuestro cerebro para
que como casi siempre se sienta insatisfecho por no haber podido superar las
expectativas.
Y sin medida pero dosificando la
cantidad de ilusión que brota mi malacostumbrado cerebro, o quizá mi corazón
que dice ser frio, fue cuando la quise ver entrar y sentarse justo a mi lado, saludarme
de forma habitual y conversar sobre nuestras ideas de conquistar al mundo;
fueron realmente pocas las oportunidades que tuve, pero fueron las suficientes
para comprender que estaba frente a una excepción de la vida, de esas que
cuando se está acabando el mundo te recuerdan que “todo va a estar bien”, y es
cuando encaja a la perfección la frase de cajón: “parece que el mundo conspiró
para que todo sucediera de esa forma” y así después de un tiempo, la volví a
conocer.
Como nada es perfecto, es
necesario traer a ésta mesa a todas esas personas que nos falta el centavo pa’l
peso en el amor, esas a las que les llamo personas de ilusiones amarradas, que
según somos los más sensatos pero no tenemos la sensatez suficiente para tomar
decisiones sin el miedo de salir herido o “cagarla” sin razón; a esas que según
tenemos la capacidad de identificar con meridiana claridad a la persona que
vale la pena, pero que ni aun sabiéndolo tomamos el riesgo de lanzarnos sin
miedo a los raspones que el viaje puede ocasionar.
La mejor parte de la historia es
que la ilusión se produce porque si, quizá no sea algo tan natural como
respirar, pero nace hasta del más roto de los corazones y brota de las quemada
de las cenizas, y aun así, sigue siendo inexplicable por qué amarramos las
ilusiones.
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