lunes, 23 de enero de 2017

EL ARTE DE SER ELEGANTE



Andando en el camino, cerca del sol o cerca de la luna, donde sin embargo todos se vuelven testigos de los trazos que hacen los hilos que unen vidas, se encuentra uno luces que señalan direcciones, bombillas que advierten cuando los caminos son turbios, pesados o livianos y maestros que temporal o permanentemente ayudan a la toma de decisiones; eso sin que siquiera podamos advertir que las mismas personas muchas veces sin saberlo son esas luces, esas bombillas o maestros que alguna vez nos encontramos en el camino, encontré una historia.

Ésta vez por ahí, no solo una, sino dos veces, encontré un gran referente de ciertos talantes que debemos adoptar como filosofía, o de ciertas actitudes que con ocasión de los retos y situaciones que de cara enfrentamos, podemos asumir como propios para mantenernos firmes en los tropiezos o levantarnos victoriosos aun cuando hayamos caído, pero sobre todo vivir tajantes ante las consecuencias del más mínimo respiro.

Dentro de mucho pude notar que aunque para muchos es obligatorio mantenerse perplejamente impecables ante la rutina, ello no es una forma de vida, es más bien una actitud, y aunque se presuma que hablo de la ropa, claramente hablo de “ser alguien”, para el caso entendido como simplicidad y claridad, y me refiero a la contundencia de los actos, a una forma de ser que no es recargada, que se complica solo lo necesario para ser feliz, y con movimientos suaves, pero suave como mira la dama a su caballero perplejo de emoción ante el encuentro. Y toda ésta sencillez es la que configura el buen gusto, el cual detesta las complicaciones inútiles y los gastos innecesarios de energía. Es por eso que con ese referente logré entender que la elegancia se consigue, por tanto, eligiendo lo que uno mismo es internamente, por consiguiente transmitir.

Cada persona tiene su sello, pero hay individuos que tienen uno muy especial, porque todo lo que hacen lo hacen con profundo arraigo a lo que viene de su adentro,  entonces dentro del común ver personas muy bien vestidas, que en su exterior se muestran grandes, importantes o incluso altivas, es fácil diferenciarles de éstas, porque no pertenecen a un molde, si no que se tornan en el híbrido que encaja con exactitud  en cada situación que se presente en el camino.

Hay algo que también descubrí y es que las personas elegantes no se dejan afectar del exterior, porque ello mismo es lo que traducen, como las piedras de un filtro, dejan toda impureza a un lado, permitiendo que los demás podamos consumir las bondades libre de la arena de ese mismo camino, aunque sabiendo que de esa misma arena es necesario ensuciarse para aprender.

Fui hasta la RAE para cerciorarme que precisamente “elegante” es lo que yo creía  y encontré que para el diccionario, elegante es aquello que está dotado de gracia, nobleza y sencillez. Dicho de una persona, significa que tiene buen gusto y distinción para vestir, pero también mi referente me dijo que también es obra de libertad, pero que también es un necesario y complicado artificio que cargar, que además sin pretenderlo, la persona elegante es voluntariamente bella, en su mirada, en su lenguaje, en sus maneras.

Y habiendo conjugado todos estos principios rectores, sólo así podrá ser elegante ante los demás, entregando simpáticamente el regalo de su digna presencia, porque se puede vestir bien pero si no hay educación, la ropa será solo los hilos entrelazados que cubren una humanidad, la elegancia es así un modo de comportarse, que para mis ojos, se palpa como si tuviera un diccionario en vivo.

Y he llegado a pensar sobre la estrecha relación que tiene la clase y la elegancia, sabiendo que  alguien con clase o distinción es una persona claramente mejor que los demás en un rango positivo, por lo que es preciso decir que una persona distinguida en este sentido es alguien que siempre está bien arreglado de acuerdo a cada ocasión, se estrecha con su comportamiento, y cosa importante, como en todo lo demás, quien tiene clase no se deja influir por los demás, así mismo es lo elegante.

Noté que mi referente tiene presente sus valores y tiene la valentía de seguirlos. No importa que vea a otros haciendo lo contrario de lo que esa persona haría, ella no hará eso que siente que está mal, eso es una persona con clase.



Podría simplemente seguir, pero una persona elegante, sabe cuándo es suficiente y eso también logré desarrollarlo, gracias a todo esto.