Photo Credit by: Gregory Colbert https://gregorycolbert.com/
Me pareció que nada de lo que
tuviera que decir era realmente importante porque todos esperaban escuchar
mentiras que en sus pensamientos y suspiros se paseaban como verdades, mentiras
creídas, mentiras odiosas, mentiras libidinosas. Y su sexto sentido no les
funcionó, yació en una esquina, se fue muriendo poco a poco, como muere una
flor en un verano eterno.
Anote en un libro todas las cosas
que no hay que olvidar, para tenerlas presentes cada vez que un dejo de perdón
se acercara a mi corazón, no por las pretensiones de viejos resentimientos si
no por la dignidad de no poder bañarse dos veces en las mismas aguas, por la
dignidad de no tener lo que alguna vez fue dado con bombos y platillos, por el ánimo
furibundo de hacer entender que ya no puede ser.
Se presentaron los días ciegos a
la puerta en el momento más inoportuno, y entorpeció toda intención de
levantarse de las cenizas, como humo humedecido
por el ánimo de calmar el fuego, como las brisas secas que apagan las brasas; a
veces como cuando se detiene el marcador de la vida, como si tocara pedir un
frasco para guardar la sangre que derrama el corazón.
Al fin nada cambió, al fin todo
siguió igual, las mentiras disfrazadas de verdad, las cosas dichas sin
importancia, los momentos grises, las incomodas tensiones llenas de silencios y
un sin número de incontables experiencias donde las felicidades no tenían cabida
porque siempre el sórdido sonido de la venganza teñido de ingenuidad se lograba
sobreponer sobre el dejo de razón de aquel grupo que solo buscaba el bien pero
que entre llamado y llamado se ensucio de daño, ofensa y hasta calumnia.
Todo acabó a la vista de aquellos
techos, la brisa soplaba y cada vehículo de la autopista representaba el paso
de momentos que formaron una burbuja de vivencias que un leve soplo reventó.
De aquí pa’ lante pie de plomo,
sabiendo la baldosa que hay que pisar.
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