Siempre he tenido esos delirios de gran ciudad, la mayoría de quienes me
conocen lo saben, pero ahora estoy aquí, en este pueblo en el que no nací, pero
me vio crecer que es más importante, y aunque esos delirios no están
satisfechos, estoy aquí en este lugar que me ha dado casi todo lo que soy y lo
que tengo y a veces existen esos sentimientos encontrados, el dilema, el
llamado orgulloso de ser provinciano o el altivo delirio de citadino.
Las melodías que escucho, los sonidos suburbanos, las experiencias audiovisuales
que tengo me conectan fuertemente con ese mundo que en el fondo deseo, las
luces de neón iluminando la ciudad, la rara libertad que se experimenta aun
estando atrapado en esa selva de concreto, el extraño placer que produce el
estrés de la rutina y el tráfico, las innumerables actividades y opciones que
te brinda estar en medio de tanta gente, y tantos detalles que me identifican
que me transportan y me llaman a estar ahí, a formar parte de ese mundo; pero
estoy donde estoy y no es malo como muchos han de creer, la experiencia de
respirar un aire libre, la experiencia de estar dentro de pocas personas en
comparación con la ciudad, pero su calidez se cuadruplica, la experiencia de lo
mismo y lo mismo, pero de reinventar y de usar lo mismo de varias maneras,
donde ves a las personas desde sus raíces y te sientes tan identificado
igualmente, porque hay autenticidad, hay pueblo, hay valores, hay esa cosa que
te apega que te dan ganas de nunca irte, hay ese no sé qué que aunque no todo sea ni tan estético ni tan
sutil te atrae y te hace permanecer, te hace volver.
Pero en estos días que vivimos la situación no depende tanto del sueño,
porque hay muchas otras circunstancias detrás, depende más bien de tus
intereses, de que es lo que quieres hacer en la vida, de qué clase de personas
te quieres rodear, que clase de actividades quieres realizar, tanto a nivel
laboral como a nivel lúdico, y he ahí los dilemas, porque muchas veces no está
eso en el mismo lugar y nos dividimos, porque eso que queremos tener esta en
ambos lugares y entra en juego lo trascendental para la toma de una decisión .
Creo que a la mayoría les genera más atractivo la ciudad, por su
grandeza y numerosidad de oportunidades, pero ¡mentira!, las oportunidades las
creamos y aunque sea demagogia, las cosas se pueden conseguir, se pueden
obtener, porque las ciudades no son las grandes, los grandes somos nosotros que
crecemos, que cambiamos, que trabajamos y que logramos. Y aunque las ciudades
satisfagan mayores necesidades que un pueblo, te brinden ese brillo, ese
estilo, esa vibra, ese confort, esas “oportunidades”, esa variedad, tantas
cosas que un pueblo no, ¡nunca!, ¡jamás! tendrá eso que a un pueblo le sobra:
¡LA GENTE! porque como dicen por ahí: somos gente sabrosa, gente descomplicá, y
a pesar de todo gente con estilo y autenticad y eso es el pueblo.
Y yo sigo en el dilema, porque hay muchas cosas en ambas que me gustan
que quisiera tener en mi vida, pero le gana la batalla mis intereses. Benditos
aquellos que han logrado encontrar todo eso en alguno de esos lugares, pero mis
respetos y mis buenos deseos para los que tienen la grande oportunidad de
batirse entre un lugar y otro, porque eso es un lujo, ser de la raza de los
citavincianos o de los provintadinos, ustedes verán.
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