Vivimos tiempos en los que es difícil convivir, padres e hijos ignorados mutuamente, hermanos con muchas diferencias, familias desunidas, cónyuges separados, matrimonios en camino al divorcio, todo tiende a empeorar cada día, y nadie da su brazo a torcer.
Se dice que en los temas del amor, infidelidad, crímenes pasionales, no conciliación, custodia de los hijos las que llevan las de perder son las mujeres, pero en realidad quienes salen perdiendo siempre al final de la historia son los hijos (si los hay), porque son ellos quienes no entienden, quienes no deben verse obligados a afrontar una situación que no pidieron vivir y que nunca pero nunca merecen sufrir. Y la culpa no es la infidelidad o la falta de una buena convivencia, la culpa es de la falta de amor hacia la vida y sobre todo hacia los hijos. Muchas veces es inevitable una ruptura, hay motivos inexplicables que nos impiden compartir el resto de nuestras vidas al lado de alguien que no nos hace feliz, al lado de alguien que nos ignora, nos fue infiel, nos maltrató, nos dio justo aquello que no merecíamos. Y la falta de comunicación se sigue haciendo latente.
Por eso no importa la condición económica, no importa el valor de los bienes que hay que separar, no importa si hay dolor y sufrimiento porque hay un tercero que acabo lo que tenía, si fue una actitud injusta lo que violo mi felicidad, si no hubo dialogo, si todo me parece injusto, porque supuestamente no hice nada para merecer una ruptura que muchas veces se quiere pero que nunca se desea vivir.
Entonces no hay que acabar las cosas en función a los intereses de uno u otro lado, no hay que acabar con una relación o un matrimonio en base a las leyes de la lógica o los consejos que la familia suele aportar, hay que finiquitar lo infiniquitable en base a los hijos, en base a ellos que son la prolongación de nuestra existencia y que merecen vivir todo eso bueno que nosotros no y evitar todo eso malo que a nosotros si nos paso.
La familia no debe responder a un criterio sanguíneo, no debe responder a una unión marital o de ley, no debe responder a los intereses de padres o hermanos, si no a la valoración del libre desarrollo de los hijos, a la generación de oportunidades que les permita ser seres integrales en la vida y ser excelentes padres para sus hijos, de esa manera se garantiza la unión familiar, la unidad de la sociedad y un mejor mundo para vivir. Suena imposible pero es una realidad que empieza a germinarse desde el interior de nuestro ser y no hay nadie que lo pueda hacer por nosotros, es única y exclusivamente una decisión de nuestra propiedad.
Los hijos, chicos o grandes, son la representación de una parte de nosotros en el mundo, son un poquito de nosotros en una nueva generación, son muchas veces la realidad de los sueños que en nuestro tiempo no tuvimos la oportunidad de cumplir, y muchas veces son la realidad de un sueño que alguna vez tuvimos.
Por eso, no pelees, no critiques, no discutas, no pierdas el tiempo, concilia por tu hijo, dialoga por sus sueños, vive por ellos, y no permitas que tus actos sean los culpables de que sus sueños se vean nublados porque no quisiste hacer algo que perjudicaba a la contraparte pero a tu hijo también, porque hasta su fin, estés vivo o muerto, tu hijo va a ser una parte de ti en la tierra y debes trabajar porque haya valido la pena haber gastado esos momentos para hacerlo, parirlo, cargarlo, y etc.
NO DISCUTAS, NO PELEES…
¡EVITABLE O NO!
TU HIJO ES PRIMERO
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