El tiempo siempre ha sido un tópico básico en
mis pensamientos, pues siempre es el tesoro que más desperdiciamos cuando
omitimos, cuando nos arrepentimos, cuando simplemente nos dejamos de dar
oportunidades de vivir; es por ello que reflexiono sobre cómo desaprovechar
menos ese tesoro.
A veces quisiera ser como aquellos que viven como
un código médico, pero amo vivir en prosa, porque es mi esencia y es lo que me
hace estar donde estoy, que aun cuando a veces miro al espejo y no existe
reflejo de lo que busqué ser ese preciso momento, se mantiene aquella vibra con
la que alguna vez sonreí en las noches cuando mi única preocupación no
trascendía más allá de satisfacer necesidades básicas.
Y fue la manera en la que decidí contar una
historia que a veces no parecía historia, parecía una pared en blanco, un
extenso mural sobre el que no había ocurrido mayor destello, mayor ánimo de
permanencia, mayor deseo expresado en todo tiempo, y por el contrario árida por
la ausencia de lágrimas, por la ausencia del necesario sufrimiento, por el
exceso de cuidado, por el exceso de prevención.
Y la composición provista de una banda sonora
lo suficientemente desigual como para atocigar al público presente con las
infinitas melodías que dicen de todo pero que suenan igual ante los oídos de
quien no quiere escuchar, porque como rock, o como rap, siempre al mundo diciéndole
la verdad, a unos cuantos muchos cuatro ritmos le enamoran la vida a punta de
embuste, verdades, cuentos y demás fantasías según fue su placer escuchar.
Pero el mundo es un vaivén, donde todo ocurre,
donde todo pasa, y como un péndulo congelado transgrediendo al alma, suceden doce
o trece años, tal vez menos, muchas circunstancias que fueron muerte y muchos
cambios que siendo muerte fueron vida, que, habiendo cruzado todos esos días
como náufrago, tratando de amar tanto a Harlem como Mariah Stokes lo hizo, y
protegiendo sin poder alguno agua sobre las manos, hirviéndola, sabiendo que se
va a evaporar, hirviéndola, sabiendo que perderá sus propiedades.
Pasó todo, para todos, pasaron cosas, pero tan
insatisfecho como siempre, no hubo manera de encontrar dentro de todos los
amarillos agradecimientos, el del matiz indicado para tener singularmente contentas
a las palabras que tuve que decir, para saber que los caminos fueron decisiones,
buenas y malas, que tuvieron diferentes matices, que fueron triunfos y
fracasos, pero nunca fueron algo heroico, ni parte de un arca llena de recuerdos,
en una mesa de noche, debajo de la cama, en algún rincón del alma.
Y habiendo pasado un tiempo prudente, entre
palabra y palabra, pudieron haberse escondido hechos presentes en situaciones
que debieron haberse pintado en algún corazón.
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