He estado buscando algo que asentar
todos estos últimos meses, como si estuviese pretendiendo un estado de ánimo
propicio para tener algo que decir, pero es tanto lo que hay que decir sobre
cada cosa que un teclado duro no me ha permitido poder compartir con ustedes
cada mal que aqueja esta pobre humanidad agobiada y doliente.
El problema es que hay millones de
millones de cosas sucediendo allá afuera y nadie está interesado en detenerse a
preguntar: ¿puedo ayudarte? y de hecho si lo hacemos, pero me refiero es al
sentido figurado, al saber colectivo que cada quien está en lo suyo, cada quien
está buscando su beneficio, cada quien está en su andar y es lo correcto. No se
trata de olvidar la conciencia colectiva, se trata de subsistir en ésta mole de
concreto.
Y luego de todo discernimiento
sobre cuando es o no prudente detenerse a reflexionar sobre a quién debo
socorrer y a quién no, quién debe hacerlo conmigo en los casos en lo requiera,
es cuando se sobreviene aquella melancolía de la soledad, de cuan solo estoy en
este mundo, de cuantos días y cuantas noches han pasado desde que el sentir lo
vulnerables que somos se apodera de nuestro corazón. Y no es como si les estuviese
retratando una tragedia, es simplemente lo que un vacío compone en medio de las
esperas que la vida nos presenta.
Hay guerras que no se pueden ganar,
conquistas que no se pueden librar, hay un sinnúmero de cosas que no se pueden
conseguir hasta tanto no se hayan consumado ciertas etapas, pero etapas en
pañales cuando ya han de saber hacer por ellas por si solas, como si estuviesen
esperando no se la patadita de quien, porque la de Jorge Barón ya no le sirve a
nadie.
Vivimos en un mundo enfermo de
nosotros mismos, de nuestro propio veneno o de exceso de inexistente optimismo,
vivimos ciegos de mentiras que creemos, temerosos de verdades que sabemos pero
no aceptamos, vivimos a veces en una constante de insatisfacción, esperando
cosas que creemos merecer por creer que hemos hecho lo suficiente para tener,
pero se nos olvida que el tiempo es la única constante en la que ocurren todas
las bonanzas y todos los siniestros y que lo único que nos puede traer el poder
de alzar las victorias de nuestras propias satisfacciones vestidas de sueños
hechos realidad es una constante muy parecida a la del tiempo que se llama
persistencia.
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