Solía darle importancias
inmerecidas a quienes solo transcurrían como aves de paso por un pedazo de
vida, una estrella fugaz fue un siglo, se cometió yerro al pensar que la vida
eran dos, tres experiencias, se vulneró el derecho al debido proceso, se
contrajo nupcias con un volcán en erupción, se reboso el vaso de gaseosa, se
persiguió un fruto equivocado, simplemente la vida ni fue.
Ahora me olvidé, me olvidé de
vivir pensando innecesariamente en personas que 3 monedas de a centavo tienen
mayor honorabilidad, me olvidé de contar historias llenas de emociones que
nunca sintieron por mí, me olvide de un cielo inventado que amaneció un día que
no existió en el calendario, me olvidé de escribirles, de llamarles, de
ayudarles, de merecerles. Me olvidé de todas mis ganas, ingenuamente pereció un
alma entera.
Y nació lo implacable, a veces
vacío, a veces rozagante, creció dentro de un inmenso mar de búsquedas de
ilusiones públicas por nadie queridas, aprendió de un séquito de solicitudes
negadas, tomo de una botella llena de imaginaciones lúgubres, llevó de un
perpetuo ímpetu mal dirigido y mal entendido, fui como un cero.
Pero yo me olvidé de eso y soy el
mismo pero otro, que no sucumbe ante los
golpes del corazón, que celebra motivos propios y ajenos, que busca las
respuestas, que entiende que algo va a pasar, que sabe en el fondo la razón
existencial y que siempre se ríe de quien solo ha de observar.
Me olvidé de su número, de su
entendimiento, de su caminar, de su dirección, mejor que me haya olvidado
porque algo estaba perdido, no era precisamente yo, no era precisamente lo
ajeno, era precisamente de lo que me olvidé.
Yo me olvidé de ser viejo, seré
joven para siempre.